Tengo la nariz destrozada
y la espalda pinzada,
mi cuerpo no responde
a ninguna de mis llamadas.
Navego por mis nervios
y veo corrompidos
todos mis tejidos,
desgastados y carbonizados
por la erosión del trabajo
de seguir al pie del cañón,
pero la comprensión
y la percepción
de mis gélidas
carnes neuronales,
pulidas y delicadas
cual estalagmita puntiaguda;
capta las palabras, por ellas
que navegan impolutas,
y densas de lubricante:
grasa cerebral,
cual tobogán
en manteca.
Y así puedo destruirte,
amarte o elevarte
con mi mente.
Cayó la última roca
que sobrepasó el total
máximo asimilable
por la fina piel de cristal
del reloj de arena,
lento y desértico.
Salgo precipitado
con propulsión
hacia un agujero negro,
y despierto legañoso
como el somnífero cerebro
te una tortuga vieja.
Nado hacia arriba,
salto y me agarro
a un diente de león,
con mis uñas.
Luego me pongo
la ropa, y las cosas
las meto en el bolsillo.
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